Quería un Kudu. Me tenía que volver con un Kudu. Lo había soñado y añorado durante más de un año. Lo había contemplado en fotos, estudiado, asimilado de todas las maneras posibles. Lo daba por hecho. “No es fácil” me diría luego en Namibia, Hernán. “De las cuatro veces que vine, solamente una alguien cazó un Kudu”. Los días pasaron y no aparecía ninguno importante. Casi resignado a una alternativa, barajé un Gnu negro, un Eland, otro Orix, otro Springbok.
Me estaba reservado para el último día, en el momento menos esperado, que es lo mismo que decir, el más oportuno.
Acabábamos de almorzar opíparamente a metros de nuestro apostadero. Kebab y salchichas de Orix recién hechas a la leña. El exótico y magro sabor especiado me llevó a engullir más de lo necesario, y desde luego, aconsejable. Pero, por Dios, pensaba, sé realista …dónde más vas a saborear brochettes de Orix? O cuándo?. Dos cervezas ambarinas y un tostado tipo bruscheta completaron el abuso. Era algo así como Jauja en el Continente Negro. Surrealista, loco, una sensación de plenitud sensorial. Caza y satisfacción. Con el estómago lleno y el alma en un estado próximo al zen, nos apostamos, fusil en el regazo, en estado contemplativo. Me preguntaba qué más podía pedir de este viaje…
Johnnie me toca la espalda “Female Kudu” susurra. Miro, sin demasiado interés. Sí, efectivamente: una hembra … grande … Vuelvo a mi estado, pero algo … no encajaba, qué grande la hembra, pensé …. Al rato, me empuja el hombro y espeta, enérgico, tenso: “Male Kudu. It´s a big one!”. Miro … y el corazón me da un vuelco. A unos 40 metros, a través del bush, me estaba mirando tremendo animal!
El estómago se me subió a la garganta y empecé a respirar agitado “¿Cómo hago con esto?”, pensé. Al rato empecé respiré más normalmente. Seguía mirándonos, nosotros inmóviles. Quise apreciarlo mejor para ver qué hacía y cómo podía resolverlo mejor. “Quedate quieto. No te muevas” me susurra Hernán. Lo hago. Al rato, gira, me da el flanco izquierdo y avanza unos pasos, quedándome como “en figurita” y sin vegetación que me dificulte el tiro. “Ahora, dispara” dice Johnnie con un tono que indicaba que daba por resuelto el lance. Encaro, así como estaba, sentado en la silla tipo director, el fusil y a mano alzada centro el retículo, ya puesto en 4x, en el codillo. Disparo sin sentir el retroceso, ni escuchar más que el ruido de un .22 lejano.
Lo que sigue, no me lo olvido más. A través de la mira, veo que el animal pega un salto y se cae de costado, haciendo tremendo ruido de ramas rotas, se incorpora y sale corriendo. “Good shot!” sonríe y me felicita Johnnie. “Buen tiro!” me dice Hernán y me tiende la mano.
Lo vamos a buscar, pero no aparece! Johnnie va y viene siguiendo las huellas, ya que no había sangre, cruza el camino, se rectifica “No, eran las de la hembra”. Pensaba, aunque con cierta impaciencia, porque lo quería ver ya, que no era posible que desapareciera, estaba muy bien pegado, de última que llamara para que trajeran los excelentes perros de una vez!… cosa que finalmente hizo.
Pero en tanto, sigue mirando y encuentra el rastro bueno, que nos conduce al Kudu y a Hernán, que se había separado de nosotros al principio de la búsqueda, y había dado con él de inmediato y nos había silbado para avisarnos, pero lo habíamos confundido con un ave!.
No era un récord, pero era grande, viejo, unos 10 años. 53” el cuerno derecho, el izquierdo algo menor, gastado, luchado. Ya estaba hecho... sensación de completitud absoluta ...